jueves, 25 de octubre de 2012

La discusión en torno de la eutanasia ha sido hasta ahora una discusión algo enrarecida. No todo el mundo llama eutanasia a lo mismo y la palabra "eutanasia" se ha teñido de un tinte escabroso por las prácticas aberrantes llevadas a cabo por los nazis. Sin embargo, para pensar en serio sobre el tema lo primero que debemos hacer es no tenerle miedo a las palabras, sacudir los prejuicios y acudir (en lo posible) a argumentos. Y, sobre todo, no pensar que los argumentos propios son concluyentes. Algunos de los míos son los siguientes.

Existe un extenso acuerdo acerca de que dos de las obligaciones esenciales de la profesión médica son la de respetar la autonomía del paciente y la de propender a su mayor bienestar. Es cierto que éstos no son los únicos valores de la ética médica, pero, en vista del peso que les otorgamos, resulta difícil encontrar argumentos racionales para considerar que todo acto de eutanasia es inmoral o no puede ser justificado.

Si creemos en el respeto a la autonomía, me parece muy difícil justificar que, exactamente en el momento en el que se trata de algo verdaderamente central para la vida de una persona (si desea, en las extremas circunstancias dadas, continuar viviendo o no), no exista ninguna posibilidad de otorgarle un poder efectivo de decisión. Las regulaciones estrictas son fundamentales, pero no para restringir la autonomía, sino, por el contrario, para asegurar que la decisión sea tomada con información y reflexión. La eutanasia sería contraria a la autonomía personal si fuera involuntaria, pero, en este caso, se trata de todo lo contrario: de respetar la decisión íntima y reiterada del paciente.




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